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Una usina cargada de plomo

Por Francisco Quatrin


Un pueblo sin luz, motores rotos y dos posiciones que se llevaron a un enfrentamiento de armas.


Desde 1918, podría decirse, Santa Isabel vió la luz. Eran unos 17 faroles a kerosene colocados en algunos lugares estratégicos del pueblo, de aquel entonces. Fue hasta 1922, cuando una sociedad formada por Petrone y Arbuco, que venían de Teodelina, instalaron los dos primeros motores de corriente continua que hacían de electricidad a unas 20 casas y a un reducido alumbrado público. Santa Isabel daba sus primeros pasos, un pueblo de apenas 14 años abría la usina eléctrica. Al poco tiempo, Pellegrini y Ferro se encargarían de la sociedad. Aunque, permaneció por un corto plazo en sus manos, en el año 1927 venden la usina a la Compañía Sudamericana de Servicios Públicos (SUDAM). Por ese entonces, el pueblo crecía y se iba instalando la electricidad en las vidas de las personas. Heladeras, bombeadores de agua eléctricos, entre tantos de los nuevos electrodomésticos de la época. La Compañía, por lo tanto, debió de apropiarse de nuevos motores que hagan funcionar a los aparatos eléctricos y al alumbrado público. Un Otto-Deuthz 200 H.P., el más grande, daba corriente a todo Santa Isabel. Luego un Savoia para la iluminación de las calles. Y restaban un Otto y un Crosley que prestaban servicio cuando el consumo mermaba a altas horas de la noche.


La población isabelense iba en aumento, y la electricidad iba un paso atrás. Con maquinaria antigua, la SUDAM se vió forzada a transferir su equipamiento, en 1948, a la recientemente creada Sociedad Cooperativa de Luz y Fuerza e Industria Anexa Limitada de Santa Isabel. Los generadores no fueron reemplazados y a fines de la década de los 40, los problemas eran mayores. Los motores se rompían y la luz se cortaba por sectores del pueblo. El alumbrado público cesaba en las calles. De 12 a 14 desaparecía la electricidad en todo el pueblo. Desde las 24 Santa Isabel se apagaba literalmente hasta las seis del otro día. Durante un tiempo el pueblo se regía bajo esas normas de electricidad, hasta que el Otto-Deuthz terminó por romperse. No había repuestos para la biela y los aros rotos. Como solución a ese problema, se había decidido comprar un tractor, este tiraba la correa y hacía que funcione el dínamo y se hacía la luz. Pero el motor se calentaba y había que enfriar y volver a empezar. Llegaban motores prestados y algunos equipos marinos, pero no solucionaban el problema.

Santa Isabel, ingresaría en una discusión que llevaría varios años y disputas llevadas al extremo. La electricidad funcionaba de forma reducida, el kerosene había vuelto a escena para dar luz de noche en las casas. Lo demás era oscuridad. La corriente eléctrica solo funciana para las panaderías y para que los bombeadores se llenasen. En las calles todo era negro durante las noches, solo la luna y las estrellas iluminaban las calles de tierra.


Un pueblo que estaba dividido, por ese entonces, entre radicales y peronistas, hacía eco en el directorio de la Cooperativa. Las oficinas de la Sociedad habían pasado a estar en el hall del antiguo Cine Gardel, demolido tiempo después. Allí, las reuniones de una fraccionada comisión. Ya había pasado tiempo de aquella ruptura en el motor y el tiempo corría a oscuras. Finalizaba el año 1954, y había dos posturas. Por parte del justicialismo la idea era un motor grande que abastezca al pueblo en su totalidad, dependiendo solo de una máquina. La percepción era correcta pero era vulnerable, ante cualquier corte de luz, no había respaldo. Del lado de los revolucionarios del parque, se quería comprar dos motores chicos, que tengan capacidad de apoyo an2te cualquier cese de electricidad. Pero, si tomaba ese camino, surgiría otra contravención, no alcanzarían a dar luz a todo el pueblo.



En el viejo hall se llevaban a cabo las reuniones definitorias. Desde adentro, los gritos y las fuertes discusiones. Desde el otro lado, se golpeaban puertas y ventanas. Corrían los días, y las palabras no llegaban a un acuerdo. Las juntas eran de noche, sin luz. Llegó desde el puerto de Buenos Aires, un M.A.N. 300 H.P. con un generador de corriente alterna, parecía el triunfo de los justicialista. Mientras comenzaba la instalación del nuevo motor, las discusiones no finalizaban. Una de esas noches de reunión, una trompada rompió un vidrio. Los de adentro salieron despavoridos, desentendiendo la situación. Del otro lado de la calle y detrás de un tapial, esperaban radicales. En la esquina había unos tantos otros. Se escuchan disparos del lado de enfrente. Uno de los peronistas, toma un revólver y responde con otros tiros más. En plena oscuridad, y en horas de madrugada, trompadas entre radicales y peronistas, para resolver el enigma de cómo iluminar Santa Isabel. Se le sumaban tiros a la cuestión, aleccionando a un ajeno a la disputa, un tal “Aguilerita”, que tiempo después fallecería. Rumores dijeron que fue a causa del disparo, pero en verdad fue una peritonitis.


En la sastrería de Varela, situada al lado de del hall del viejo cine, se acumulaban personas curioseando lo que estaba sucediendo en las puertas de la Cooperativa. La calle estaba repleta de gente, trompadas que iban y venía de ambos lados. Desde mitad de cuadra, el enfrentamiento se trasladó a la esquina. Al poco tiempo, el comisario junto con autoridades del pueblo se acercaron al lugar del conflicto. Al no cesar las calenturas, dieron la orden de encender las luces de un sector de la calle, entonces el Otto se puso en marcha. Todo continuó hasta las 6 de la mañana, ya no había golpes, pero persistían fuertes cruces de palabras.


El tiroteo de calle General López al 1100 era el resultado de la imposición del peronismo, triunfó el M.A.N. 300 H.P. con un generador de corriente alterna, el motor más grande. Los de la banda de los dos 150 H.P., no dieron por perdida la batalla, y dio a lugar el enfrentamiento con armas y piñas. La idea de los radicales era devolverlo y conseguir las dos máquinas. Pero, ya en el 1955, se instaló el motor peronista, que venía desde el puerto de Buenos Aires. Los radicales, habían perdido, pero nunca dejaron de perseguir. La cuestión no era el motor, era la vieja disputa de poder entre los dos partidos históricos de la Argentina. La política, se imponía otra vez en el país.



En Santa Isabel, volvía la luz a las calles de manera “habitual”. Detrás del hall del viejo cine, estaba instalado el nuevo motor. Por un momento la energía sobraba. Una de las viejas usinas, ayudadas por un Buda, funcionaba como soporte durante los horarios de bajo consumo, pero nunca se las utilizaba al mismo tiempo. Con el paso del tiempo se consiguió un M.W.N. 500 H.P. y se lo coloca junto al M.A.N. Al correr de los años, todo quedaba más chico, los electrodomésticos ya estaban a la moda, en todas las casas había uno, los motores no daban abasto. En uno de tantos días, mientras funcionaban las máquinas, una biela se rompió y trabajó media hora, eso hizo que se ovalara el cigüeñal. No había dinero en las arcas de la Cooperativa isabelense y se lo intento reparar con lijas y limas, no hubo caso. Pasado el tiempo, en 1963, la Cooperativa que daba luz en Venado Tuerto pasa a hacerse cargo de la electricidad isabelense. Varios de los empleados fueron trasladados a la vecina localidad, y otros quedaron en el pueblo controlando que las redes funcionen o en las oficinas, también. Al paso de 10 años, la Cooperativa cedería todas sus máquinas, por un acuerdo entre el gobierno local y el provincial, a la Dirección Provincial de Energía (D.P.E). Luego, esta, se convertiría en lo que hoy conocemos como Empresa Provincial de Energía (E.P.E).


El polvo marcó la historia del pueblo. La usina continuó en marcha a pesar de los disparos. La disputa no cambió la decisión. El peronismo ganó en su posición. Pasado el tiempo, esa determinación oxidó con los años y el proyecto de generar electricidad propia se vio trunco. Aquel enfrentamiento en armas, marcó al pueblo y a su población de ese entonces. Hoy, el recuerdo prevalece a duras penas.


Francisco Quatrin

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