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Santa Isabel, ¿en cuarentena?

Actualizado: 18 jun 2020

Por Francisco Quatrin

La vida en cuarentena obligatoria del pueblo que se encuentra en el Departamento General López, de Santa Fe. Pequeño pero peligroso.


A través de la ventana del frente de la casa se observa un antagonismo. Pasa un hombre robusto en una moto, pareciese que vuelve de trabajar, no es lo importante. Focalizo mis inquietudes en su rostro, que lo presenta con un tapabocas, obligatorio desde hace más de una semana aquí. Pero lo contradictorio es que este señor no llevaba casco puesto. Por un lado percibimos el rigor que nos presenta esta pandemia, frente a la avivida típica del: “a mí no me va a pasar”. Pasa luego un auto, se llega a visibilizar gente joven dentro, hay música, son cerca de las 15. Está permitida la circulación hasta las 16, pero solo en casos de necesidad. Pero en este caso se deja entrever que está circulando sin necesidad alguna, paseando, es decir, rompiendo la cuarentena.


El parte diario de la comuna indica varios casos sospechosos, el parte provincial con respecto a la localidad presenta pocos, quizás estamos dentro de esos casi 120 que aún siguen en análisis o a por ser examinados. Lo confuso aquí, es que todos esos posibles portantes de la enfermedad han sido descartados en su totalidad según las notificaciones del gobierno local. Los datos oficiales del Ministerio de Salud, dicen un caso sospechoso, uno descartado. No se sabe a ciencia cierta cuántos hubo en realidad, si podemos estimar una cantidad de activaciones del protocolo, solo eso.


En todo ese impasse, se buscan intentos de soluciones inmediatas y efectivas. Gente que cose vestuario para enfermeros y doctores, los artesanos como solución al problema. Insumos insuficientes que deben ser reemplazados por mano de obra voluntaria. Hay ciertos utensilios que no pueden ser fabricados por los acorazados y simplemente no existen hasta próximo aviso. En un auto, con barbijo e intentando estar a más de un metro de distancia, cosa imposible de lograrse, buscan los artesanales ambos descartables. Cuando uno recoge la mercancía, pasa de mano a mano y la norma de aislamiento se incumple.


La vida económica no está inactiva, parece otro país, en este caso otro mundo. Parece no haber afectado en gran medida a los sectores productivos del pueblo. Librerías, fotocopiadoras, manicuras y hasta peluqueros trabajan de una forma atípica, pero en fin logran saltarse a las normas. Se reducen a mensajes de whatsapp para anunciar que se encuentran en actividad y otros, se atreven hasta publicitar en instagram su osadía. Pasan trabajadores por la ventana, todos conocidos, cada uno sabe a qué se dedica el otro en un pueblo. Conocemos de la esencialidad de su trabajo en este momento, que en casos es nula. Pero el factor simple de ganarse el mango para vivir pesa más que el virus. No comer es igual a hambre, que significa pobreza y profundos problemas para sostenernos con vida. Por lo tanto, el virus pasa a segundo plano y gana prestigio el pan en la mesa, solo por simple naturaleza.


Hace poco falleció un conocido, el abuelo de una amiga. No me enteré hasta el otro día por medio de un mensaje. Podría parecer normal para ciertas personas que viven en una ciudad y esta información puede pasarse por alto. Pero en Santa Isabel, donde uno vive a dos o tres cuadras de la sala de sepelios o pasa todos los días por allí, se entera de manera rápida. Uno camina por en frente, vé autos y algunas personas y sabe de qué se trata. Automáticamente nuestra mirada se enfoca en el cartel clavado que anuncia quién dejó de existir. La otra vía de información podría ser el carnicero, verdulero o vecino que uno ve con frecuencia y este te comenta las novedades, de las más fortuitas a las más desafortunadas.


Poco uno sabe de lo que pasa a su alrededor, podemos enterarnos quizás de menos de un tercio de lo que sabíamos antes de que esto pase. En los pueblos la información fluye con gran rapidez, pero los informantes se vieron limitados a quedarse en sus casas por fuerza mayor y dejaron de llegar los datos. No eran casos semejantes para saber, solo era la cotidianeidad de todos los que integramos el pueblo. Más simple: chusmerío. Materia esencial para tener temas de conversación. Como perdimos esa materia prima, desaparecieron, con el encierro, varias actividades más del pueblo.


El tren pasa aproximadamente tres veces al día, los camiones casi no pasan. Los bomberos hacen todos los días el recorrido para el acatamiento de la norma, con un altavoz se escucha: “Emergencia coronavirus, quédese en su casa, gracias”. A las 16 todo cierra, todos a sus casas, no tan cierto este último punto. La policía frecuenta con su patrullaje por todo el pueblo. Hay algunos demorados y detenidos, pero no se lo llega a hacer con todos los que incumplen la norma, otra vez, los insumos son escasos. Hay poco personal policial y es imposible controlar como es mandado al pueblo. El camión de la basura, pasa por las madrugadas en días y horarios recortados.


La vida continúa, un poco paralizada, pero no totalmente. Muchos salen, pocos lo hacen un solo día de la semana, varios casi todos los días. A hacer las compras, a la farmacia o a pagar un impuesto, las razones justificables. A llevarle algo de gauchada a alguien que no integra el grupo de riesgo, a dar una vueltita, a caminar sin perro o ser peluquero a domicilio, las injustificables. En fin, la norma es incumplida una vez más, como para no perder la costumbre.

Francisco Quatrin

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