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Respeta la cuarentena, estúpido

Actualizado: 26 jun 2020

Por Francisco Quatrin

En Santa Isabel y en el resto del país parece ser que las cuarentenas se han flexibilizado demás. Pero, ¿somos estúpidos o estamos hartos?


Desde hace cierto tiempo se puede caminar libremente y circular a la hora que a uno se le ocurra en Santa Isabel. Podemos ver un paisaje distinto al de hace un tiempo. Hace tan solo un mes, la calle se encontraba vacía, alguno rompiendo con la norma, pero pocos. La vista era gente con barbijos en las veredas y los comercios, carteles que decían que permitían el ingreso restringido al negocio, largas colas fuera de los locales y personas mirando por la ventana al mundo exterior. Era el segundo mes de la cuarentena y el pueblerino aguantaba dentro de su casa, algunos comenzaban a relajarse y a salir a juntarse con otros. Permitido no estaba, pero el deseo era mayor. Insultar a ese que inclumplía la norma era materia frecuente de las redes sociales. Se les reclamaba que se queden adentro, no salgan, se cuiden y que dejen de ser “estúpidos”.


El llamado “estúpido” ganó. Pasó un mes desde ese momento y parece ser que los iluminados respetuosos a la cuarentena se convirtieron en imbéciles, al igual que sus antiguos enemigos. Juntarse es frecuente, no usar barbijo, jugar al fútbol, aglutinarse, hablar a menos de dos metros. Todas las precauciones iniciales se borraron y pasaron a segundo plano. Nos convertimos en estúpidos, si seguimos ese criterio. Por lo tanto, ninguno respeta y nadie hace caso a la norma. Ninguno denuncia, porque si yo denuncio a otro que inclumple, sería hipócrita. Pero, seguimos haciéndolo, no de manera formal sino por las redes. Reclamamos controles y respeto al virus. Cataratas de comentarios de que tal “no cumple” y “nos va a contagiar a todos”. También el reclamo incesante del no uso de barbijo y de los aglutinamientos en veredas, comercios y casas.


Los estúpidos han pasado a ser la mayoría, pero también son los denunciantes. Nosotros mismos nos delatamos, nos calificamos de algo. Somos los que incumplimos pero también los que regulamos el cumplimiento la norma. No somos claros. Comentarios en privado llueven, hablando de nuevos casos, de que todo se desbarranca y que tenemos miedo a contagiarnos. Pero por otro lado, el discurso del hartazgo aparece y prevalece.


Nada de lo anterior justifica ningún incumplimiento de las normas de salud establecidas hace 95 días. Pero sí explican el cansancio de la sociedad. La gente no se relajó, se hartó. Un ejemplo recurrente explica algo de esto. Salen con barbijo a la calle, lo usan hasta andando en bicicleta (cuando no es necesario). Lo llevan puesto hasta llegar a un domicilio ajeno y luego se lo sacan. Saludan al otro con un beso o estrechando manos y, quizás, toman mates. Esa imagen es solo eso, imagen. Como no queremos el escrache social que el coronavirus ha generado, usamos el barbijo para quedar bien ante los ojos de la sociedad, hasta ingresar al domicilio. Por lo tanto este parece ser inútil. Cuando entra uno al negocio va con el barbijo y se lo deja puesto. El del otro lado del mostrador ya dejó de utilizarlo. (Estas situaciones, obviamente, no hablan de todos los pobladores sino de su mayoría).


Los casos de este hartazgo se traducen en medidas ineficaces y falta de controles. Los que se relajaron fueron estos últimos, no la población. No nos caracterizamos por ser fieles cumplidores de las normas, por lo tanto, hay que controlar demás. Ese “demás” no sucede, por lo tanto los hartos (ya no estúpidos) salen a la calle y buscan una vida normal. Las medidas son incongruentes, podemos juntarnos en familia o con afectos. Nadie sabe si siempre deben ser los mismos familiares o los mismos afectos y hasta qué punto debo querer a alguien para poder juntarme o no. Por otro lado se abrieron los bares, pero aquí no queda claro si es para reunirme con esas mismas personas de las reuniones o con cualquier otro. Si uno presta atención a los bares, las mesas están repletas de reuniones de personas de distintas casas. Entonces, de suceder un brote, la trazabilidad sería infinita.


¿Son eficaces las aperturas establecidas? ¿Las medidas tienen sentido y son claras? ¿Las personas que salen se hartaron o son estúpidas? ¿Son estupidizados por medidas confusas? ¿Se hartaron de las restricciones o de decisiones incoherentes? Quizás seamos todos estúpidos, hasta los que nos gobiernan.


Francisco Quatrin


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