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Foucault y la ecuación del sexo

¿Por qué nos relacionamos cómo lo hacemos? ¿Por qué pensamos la sexualidad de una sola forma? ¿Que implica ser más libre? Bienvenido al mundo del poder sin límites.



Fuente: baldflowers


Foucault es el pensador del poder, sostiene que el “sujeto está sujeto”, la misma idea de sujeto supone, al mismo tiempo y paradójicamente la idea de sujeción. Las fuerzas que lo sujetan son: su género, su historia, su clase, su inconsciente, entre muchas otras más. En su libro “Vigilar y castigar”, comienza con la ejecución de un tal Damiens a quien se le aplicaba un suplicio, por cometer un delito, el mismo consistia en que públicamente le cortaran el cuerpo hasta que muera.

Setenta y cinco años después la pena deja de tener que ver con la exposición pública, que tiene el sentido de provocar temor y nace la prisión carcelaria como un ámbito que busca otra cosa. La prisión con sus órdenes diarios, sus órdenes de trabajo, la disciplinarización de las conductas busca el disciplinamiento de los presos y en el algún momento su incorporación a la sociedad. Al pasar del suplicio al sistema carcelario Foucault genera otro tipo de temor o consciencia que plantea hasta qué punto esos sistemas disciplinarios normativos de encarcelamiento no se han vuelto las formas canónicas en que se desarrolla toda la sociedad.

La sociedad en que vivimos es una gran cárcel y el modo en que los dispositivos de poder, al interior de la cárcel, van generando adiestramiento, domesticación, cuerpo dóciles, no es muy diferente a como vivimos en la sociedad abierta (porque está a cielo abierto), y en realidad, panópticamente, la cárcel más eficiente es la que no se ve, y está de algún modo instituida. Este es el pasaje clave que se hace para el autor de una sociedad disciplinaria a una biopolítica que se da cuando se deja de pensar al poder como una represión y se lo piensa en términos de normalización.

Cuando acuña el término de “tecnologías negativas del poder” hace referencia al paradigma soberano, el que se instituye desde la ley, para reprimir, establecer lo que está bien o está mal. Esta es la manera más usual en que se lo piensa, como algo que sujeta y censura. De esta misma forma pensamos a la sexualidad. Se la vive socialmente de modo reprimido: de sexo no se puede hablar, tiene que ver con una zona íntima que hay que cubrir, en la escuela se habla poco o casi nada. Foucault dice: “Nunca se ha hablado más de sexo que ahora”, el problema es cómo.

Cuando se empieza a entender cómo se habla de sexo comprendemos que el problema no es justamente que no se habla del tema, sino que se termina hablando de la sexualidad de una única manera: la que se normaliza.

Siguiendo este pensamiento a lo largo de la vida las personas se hacen varias preguntas al respecto: ¿Con qué frecuencia la pareja debe tener relaciones?, ¿por qué llego al orgasmo más rápido si me masturbo, a que si tengo relaciones sexuales?, ¿cuánto me tiene que medir el pene?

En estas preguntas resuenan la frecuencia, la masa, la calidad y después me di cuenta que los interrogantes que nos hacemos sobre la sexualidad es con la idea que existe una fórmula, una receta general invariable, que si seguimos al pie de la letra ciertos pasos vamos a tener un resultado correcto. Lo que hacemos es medir la sexualidad y lo pensamos como una ecuación:

Primero se cree que la situación sexual debe durar unos 20 o 30 minutos en penetración (solamente). Después se espera que haya un pene siempre erecto y con cierta “medida que genere placer” y una vagina lubricada. Se habla de pene y vagina porque se entiende que la norma es hetero y con esto se espera como resultado un orgasmo. Por último se pretende que esta receta se practique unas tres o cuatro veces por semana.

Pero ¿qué pasa si alguien no logra alcanzar algunas de estas variables?, o ¿qué pasaría si se sigue la ecuación al pie de la letra y sin embargo el resultado no es el esperado?. Lo primero que va a pensar una persona es “hay algo mal en mi”, “tengo un problema” o “soy anomalo”. Citando un ejemplo en la masculinidad siempre se está esperando que su eyaculación no sea temprana en un encuentro. Paradójicamente pasa lo contrario en las mujeres, se espera que lleguen siempre a un orgasmo, por ese motivo nunca se habla de precocidad femenina. Medimos el sexo y lo hacemos con el tiempo.

Comprendiendo esto hay que saber que no son las personas las que fallan, lo que falla es el sistema que nos impone una forma de relacionarnos, institucionalizada, sexualizada de tal manera a la que estamos sujetos. Aquí se da una relación de poder entre lo que se pretende que se crea y lo que creemos. Industrias como la del porno, las revistas, la televisión y hasta incluso las redes sociales imponen normas. Esto lleva a cuestionarnos dónde está el pensamiento crítico, siempre compartimos las mismas opiniones, jugamos con las mismas reglas en cualquier asunto que nos atañe como sociedad.

Ahora bien, siguiendo sobre esta idea de sexo y sexualidad, hay que cambiar algunas variables de esa ecuación. Como por ejemplo suplantar el tiempo de duración por un estado de relajación, para que se pueda pasar a la variable central y más cuestionada: “la penetración”, siempre asociada a que es la única forma de tener relaciones. Hay que entender que más allá de esa práctica hay muchas otras más inclusivas, por eso se va a suplantar por “estimulación adecuada”. Por último, reemplazar pene y vagina por zonas erógenas, para dar cuenta que somos mucho más que nuestros sobrevalorados órganos sexuales.

Finalmente se puede decir que contabilizamos el sexo, como si lo quisiéramos controlar, porque así lo han enseñado “hay que seguir a la manada”. Lo paradójico de esto es que el orgasmo implica una pérdida de control, es un momento de mucho egoísmo, donde el sujeto se tiene que entregar y soltar; y a veces esa entrega moviliza, y vulnerabiliza. Entonces me empecé a preguntar dónde está la variable que nos enseñe a sentirnos cómodos y seguros, con nuestro cuerpo y ante otro. Dónde está la receta que nos diga, por ejemplo, que si una persona sufrió acoso o fue víctima en reiteradas oportunidades de violencia física impacta en la experiencia sexual adulta, porque un cuerpo que siente dolor va necesitar sanar para poder sentir placer. La sexualidad se construye y reconstruye en cada cosa que se hace, se siente, se piensa, no es algo que va en paralelo a la propia historia de la humanidad. La realidad es que cada uno es responsable de su sexualidad y la pone en juego en cada decisión que toma, en el estilo de vida que tiene, en los hábitos de salud, en las experiencias positivas o negativas con un otro. No hay manera de generalizar una respuesta, ni que se piense en una regla común para todos. Lamento y entiendo que romper esta ecuación y salirnos de la norma impuesta da miedo, pero lo que da es libertad.


Sofía Della Ceca




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