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  • Foto del escritorPanchi

Crónicas de un Quilmes Rock en cuarentena

El festival que sucedió en el último fin de semana en formato streaming con el fin de poder revitalizar el pasado, donde todos estábamos haciendo pogo.


hahahaha

Suena la primera nota de una canción. El músico está sobre el escenario y la banda toca la primera canción de la tarde. No hay demasiada gente todavía, esto recién empieza. Cantan algunos que se saben la canción, los primeros conjuntos normalmente son lo que hace poco tocan y mucha fama no tienen. Meten uno, dos y tres temas, quizás haya dos más, no hacen más que media hora. Era la primera vez de ese conjunto en el festival. Se bajan del escenario y automáticamente aparecen los plomos a diseñar el escenario para la banda próxima. A medida que el horario pasa, el line up toma envergadura. Los más famosos de la música, las más famosas bandas de nuestro suelo o de afuera se lucen. Guitarras, bajos,

sintetizadores, baterías, armónicas y montones de instrumentos que orquestan al conjunto ne el escenario. Hay cambios de violas en medio de los recitales, que son seguidos minuto a minuto por una grilla pactada desde hace tiempo. El cantante se acerca al borde del escenario, camina por la pasarela, corre y canta. Lo principal para él es la gente, el momento más emocionante llega cuando el público toma el rol de coro y el vocalista señala con el micrófono.


Miles de personas, una al lado de la otra. En un inicio hay gente sentada, familias enteras que se trasladan para estar presentes. Pasa el tiempo, todos de pie, las familias con hijos pequeños pasan a estar atrás, primero la seguridad de los niños. Se hace la tardecita, los primeros pogos y cantos al unísono se hacen sentir. Cuando viene el hit, todos parecen transformarse en la canción y hacen sentir su voz. Se abren espacios en el medio del público, hay un conteo para predecir qué va a pasar. Llega el momento y todos saltan al mismo tiempo haciendo el pogo. A medida que crece el día, se vuelven más frecuente y grandes. Vuelan vasos plásticos llenos de cerveza, agua o gaseosa. La gente se moja y no se queja, vive el festival. Banderas al cielo, agitadas sin parar todo el tiempo. Las banderas describen varias cosas: de dónde sos, quién sos, a quién ves y porqué estás ahí.


A lo largo del espacio hay venta de cerveza, gaseosa, agua, comida, merchandising y algo más. Seguridad que vigila que nadie se desacate y cometa alguna violencia. Nadie lo hace, el público parece respetuoso y tranquilo. Organizadores corren con los tiempos, vigilan que el cronograma se cumpla a rajatabla y cada uno tenga el espacio que dice que debe tener. Las fallas pueden suceder, pero el público no percibe ninguna. Sonido, cámaras y luces trabajan codo a codo, cada uno se especifica en su especialidad pero todos saben en qué momento se luce cada uno. El show sucede.


Este último sábado, nada de eso pasó. No hubo público, no hubo plomos, no hubo gente


corriendo como loca para alcanzar el horario, no había seguridad, no había recital. Miles miraban una pantalla, esa estaba cargada de una sobredosis de ganas de salir y mezclarse entre cantos y pogos. Los músicos transitaban sus casas con el instrumento que les correspondía. Cada uno en su hogar, tocaban la viola o cantaban. Sin estudio, enfrentados a una cámara, sin certezas de quién los ve, pero sabiendo que sí hay alguien detrás. Cuatro presentadores dirigían un festival virtual, más que eso parecía por momentos un programa de música.


El público virtual comentaba vía YouTube. Miraba el espectáculo, prestaba atención por momentos y por otros la miraba se desviaba a otra situación. De programa

vía streaming audiovisual, pasaba a ser una radio que estaba de fondo. Los músicos hablaban con el presentador, pareciendo que hablaba con el público. Por momentos el mensaje era directo, pero en las entrevistas en vivo las respuestas no se sentían tan fuertes en el corazón del espectador. Cuando en la pantalla hacían apariciones las figuras de nuestra música, los comentarios explotaban a modo de arenga. Fue emocionante el momento cuando Ciro hizo su aparición y leyó las banderas de la gente. Enviadas por vías virtuales, las fotos fueron vistas por el cantante y generaba una sensación de acercamiento.


La “virtualización” masiva sucede en estos tiempos de aislamiento. El Quilmes Rock logró acercar a los músicos y a su público en la primera prueba de un “festival streaming”. La gente estuvo atenta a lo que veía, pero nunca nada podría reemplazar el estar ahí en cuerpo y alma. No es lo mismo un escenario, que el piso de la casa de un cantante. Un recital que no tuvo pogos, que no hubo tiradas de bebidas al cielo ni banderas agitándose. La primera prueba pasó, lo que queda ahora es esperar a que la normalidad vuelva para poder sentir lo mismo otra vez. Desde el roce o abrazo de un desconocido, que está por lo mismo que vos ahí, hasta aturdirte porque estás cerca de esos parlantes gigantes. No queda otra que la espera, por el momento el “festival streaming” será nuestro consuelo.



Francisco Quatrin


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